Historias del corazón de las galaxias

Por la Dra. Omaira González Martín

(Publicado en el periódico El Día)

Pié de Figura: Ilustración de la nuestra galaxia La Vía Láctea superpuesta en la imagen de un corazón humano.

Soy una vieja galaxia espiral. Con mis brazos enganchados a mi bulbo, voy por el Universo en expansión. No es por ser vanidosa pero dicen los que llevan años observándome que soy un gran parque de atracciones. Tengo coches de choque que avanzan por su carril. Si un coche llega al brazo espiral, rápidamente prende las luces y hace sonar el claxon al chocar con otro vehículo a gran velocidad. Además tengo estrellas de todo tipo y a veces se aglomeran en cúmulos para contar historias del pasado. 

Te confieso que uno de mis secretos es que tengo múltiples corazones. Tengo un montón de ellos regados por la galaxia, especialmente dentro de algunas de mis amigas las estrellas binarias. Ellas son parejas inseparables que, como las cigüeñas, estarán siempre juntas hasta que la muerte las separe. Toboganes de gas y polvo caen hacia el corazón para alimentarlo de amor en ciclos casi espirituales. 

Porque una tiene sus pudores, no les voy a revelar si tengo corazones de tamaño ligeramente más grande que estos de las estrellas binarias, aunque muchos dicen que en el centro de los cúmulos de estrellas más densos también habitan corazones de buen tamaño. Lo que sí les puedo contar es que en lo más profundo de mi ser está mi corazón más apreciado. Él dicta mi estado de ánimo. Normalmente está dormido como un oso en hibernación. Cuando te acerques a la bestia sabrás que está vivo porque aún palpita débilmente. Como todos, mi corazón también se enamora. Me pasó en mi juventud que conocí a varios galanes de novela. Se me acercaban y me invitaban a salir. Con el último de ellos cuando me di cuenta ya estábamos bailando un vals con nuestros brazos entrelazados. Pronto el vals se convirtió en tango. Y ahí estaba mi corazón palpitando de amor cada vez más rápido. Sin embargo, muchas de  las historias de amor dejan un sabor agridulce. Cuando se estaba terminado el romance, en su máximo de amor y pasión, mi corazón comenzó a llorar. Sus lágrimas se convirtieron en dos ríos que salieron por mis polos. Éstos llegaron a gran parte de mí y, por supuesto, me han cambiado para siempre. Con el tiempo mi pobre corazón aprendió a vivir sin su último amor y volvió a la calma. Sin embargo, es posible aún ver las lagunas de lágrimas congeladas en el espacio como recuerdo del pasado.

No soy por mucho ni la galaxia más vieja ni la más experimentada de mis amigas. De hecho, algunas de mis amigas han vivido historias de amor desgarradoras. Quizás sepan de lo bello del último anillo luminoso antes de llegar al corazón de mi amiga cercana Messier 87. Ella cree que no merece tanta fama porque es simplemente una galaxia gorda y vieja. No nos vamos a engañar: es tan gorda que es difícil saber si la estamos viendo de perfil o de frente. Tampoco les voy a decir que no es vieja: ya quedaron atrás todos sus días de parques de atracciones. Sin embargo, en otra época era esbelta, poseía hermosos brazos espirales y un bulbo que haría enamorar a cualquiera. Puso sus ojos en ella otra galaxia igual de hermosa y llena de vida. Ese encuentro fue místico, haciendo que todo el gas y polvo que ambas contenían corriera hacia un centro común donde las dos galaxias se convirtieron en una para siempre. Sus corazones pronto se fusionaron también. Ese nuevo corazón palpitó a un ritmo tan desenfrenado que produjo un volcán con ríos de lava que fueron enfriándose durante su avance, dejando que la lava aún fluyera en sus entrañas. Mi amiga Messier 87 aún conserva estos tubos volcánicos por donde un día corrió la lava. Así que siempre le digo a mi amiga que no se avergüence de su vejez y gordura, porque hablan de lo imponente que fue su vida. 

Aquí termina mi relato de historias del corazón de las galaxias. Pero les advierto de que el culebrón continuará hasta el fin del Universo… si eso existe.

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